viernes, 31 de diciembre de 2010

Bienvenido seas, 11

2010 siempre estuvo destinado a marcar el final de una época y el inicio de otra. Al fin y al cabo, ¿qué se puede esperar de un año que acaba con una década? Empieza desde cero, ensayando de cara al espejo, se construye, y, añadiéndose otra cifra, se reinventa para dar paso a algo mejor. 2010 se lleva con él los locos y felices años universitarios, responsables de horas de destrucción y gloria, pero deja tras de sí el amor infinito al futuro y a Madrid. En el año que termina, la primavera dio sus primeros pasos en una redacción, y a ritmo de tecla y ratón pudo vivir el Madrid del libro, de la música, del mundo entero. Y contarlo. El verano pisó fuerte el acelerador, y desafiando a la incredulidad y poniéndole anteojeras a las neuronas, se plantó al otro lado del transistor, donde el tiempo dejó de existir. Y teléfonos, micrófonos y gente. Mucha gente. Y la felicidad infinita que un frasco de perfume no puede contener. Y siempre bien acompañado del inevitable signo de la prosperidad, que empieza por E y que creyó que el otoño le daba la victoria. ¡Qué pena!, sus dueños siempre están al acecho de tus desgracias. Pero el frío es buen consejero, y el invierno, que siempre consigue lo que quiere, lo celebra viajando a tierra de faraones con atuendo de verano. Y así despide al 10 de un año 10, dejando paso a un 11 que recibe el testigo con ganas de continuar el camino que tiene marcado.