domingo, 15 de noviembre de 2009

Y esperando se le fue el tiempo

Érase una vez una hermosa princesa que vivía en un suntuoso castillo. Su padre, que era el monarca de una gran región y un hombre serio y recto, se desvivía por su hija, a la que cuidaba y protegía de todas las desdichas humanas. De esta manera, la joven, responsable y amante de las pequeñas cosas, creció rodeada de cariño, virtudes y dones. Y así, con el paso de los años, fue abandonando la niñez y se convirtió en la dama más hermosa, inteligente y culta de la región, de modo que todos los príncipes de los reinos vecinos la pretendían. Fue entonces cuando cundió el temor en el rey, su padre, que conocedor de la ingenuidad e inexperiencia de la joven y celoso de la belleza de la que su hija era dueña, la encerró en la torre más alta de la vasta fortaleza por miedo a perderla. “En lo alto de esta torre permanecerás, hija mía, hasta que tus cabellos acaricien el suelo sobre el que gravitamos. Y cuando llegue ese día, sólo aquél que logre trepar por ellos, será merecedor de tu honor y podrá desposarte”. Y de este modo pasó el tiempo, las hojas secas dieron paso al estallar de las flores, y el calor al frío, y así transcurrieron los años, mientras la princesa, sola y desconsolada, contemplaba los lentos milímetros que crecían sus cabellos. Pero un buen día, despertó sobre el alféizar con una inmensa melena larga. Los príncipes que años atrás la habían pretendido, se pusieron sobre aviso, y, calculando el largo tiempo transcurrido, comenzaron a peregrinar hacia el castillo de la dama de la larga cabellera. Pero el cabello de la joven se había vuelto punzante y cresposo con el paso del tiempo y ningún noble caballero entre tantos logró ascender hasta la torre. Y con el transcurso de los años, las zarzas se adueñaron de aquel suelo, las paredes de la fachada se volvieron resbaladizas y el cabello de la princesa, tan endeble que se desgarraba a cada intento. De modo que la rendición dominó a la afluencia, que dejó de intentarlo. Y así, viendo cómo sus cabellos se encanecían y su piel se volvía flácida, la princesa vivió infinitamente asomada al alféizar a la espera mientras contemplaba el cambio de los campos que se extendían ante ella.

1 comentario:

  1. Un poco triste para ser el comienzo, ¿no?
    Al principio pensé que hablabas de alguna princesa en concreto, y todo me coincidía, pero ya el final no (ya sabes que yo me monto mis propias películas).
    Aún así, me ha gustado mucho.
    Ale, que este blog no sea cosa de un día, ¿eh?

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